10 julio 2011

Está claro que Humala no era el candidato soñado: atemorizaba su propuesta económica, su perfil poco democrático, sus pendientes por denuncias contra derechos humanos, su equipo variopinto de radicales y moderados, en fin. A algunos, incluso, no les gustaba ni su pinta ni su lenguaje militarote. Sin embargo, si algo no se le podía cuestionar –y, de hecho, era uno de los elementos que lo alejaban más de su contrincante Keiko Fujimori– era su promesa de hacer un gobierno sin corrupción y un Estado al servicio de todos. Tenía algunos cuestionamientos sobre su financiamiento de campaña, pero no se le podía acusar de haber malversado dinero de todos los peruanos. Keiko Fujimori, en cambio, cargaba con el pesado legado de representar al partido político que llevó adelante uno de los gobiernos más corruptos del Perú y el mundo.

Humala había detectado que el tema de un Estado débil, de funcionarios que ayudan a sus amigotes con transacciones en suites de hotel, como las que abundaron en el gobierno de García, tenía harta a buena parte de la población. Sobre todo a esa, que sentía que el Perú avanzaba para quienes tenían acceso a ese círculo dorado de influencias y que no necesitaban bloquear carreteras para ser escuchados. Así que, muy bien asesorado, prometió en campaña y lo repitió hasta el cansancio que con él se acababan los privilegios. Prometió un Estado para todos, que negociara limpiamente con los capitales privados, nacionales y extranjeros. En la última CADE, que se desarrolló en el Cusco, fue muy claro con el tema y acusó al presidente García de estar “vinculado directamente, por acción u omisión, a actos de corrupción como el caso Canaán y el de los ‘petroaudios’; por haber negociado como presidente electo, sin juramentar, el cobro del impuesto a las sobreganancias por el óbolo minero”. (cita textual). Y acto seguido, prometió la creación de un Comité Nacional de Inversiones que sería la entidad encargada de institucionalizar, de manera transparente, el ingreso de inversiones al Perú.
¿Buena estrategia? Qué duda cabe. El 40% de las personas que declaraban votar por él en segunda vuelta, según la última encuesta de Apoyo, consideró que su mejor propuesta era la lucha anticorrupción. Y, vamos, no solo se trataba de una buena promesa de campaña, sino de un problema real que hay que solucionar en el país. Más allá de los típicos robos menudos de funcionarios de segunda, son estos “negociados” con las altas esferas del poder lo que más daño le hace a la institucionalidad, porque el Estado deja de funcionar en virtud de intereses comunes y se convierte en el perfecto instrumento para alimentar apetitos personales: ahí está el escandaloso caso Bussines Track, la empujadísima Ley Oviedo o la reciente observación a la moratoria de los transgénicos por parte del Ejecutivo, solo por citar algunos ejemplos.

Por eso, la visita del señor Alexis Humala a Rusia, como enviado especial del nuevo gobierno, para negociar futuros acuerdos energéticos y pesqueros, no es moco de pavo. Primero, porque se hace en un contexto absolutamente inapropiado en el que Humala ni siquiera ha designado responsables claros que manejen distintas áreas y que puedan determinar lo que es más conveniente para el país. Y en segundo lugar, y esto es lo más grave, porque sin siquiera haber juramentado, el supuesto “enviado especial” es nada menos que el hermanísimo del nuevo presidente, uno de los más allegados a su campaña, y justo, qué casualidad, el que tiene negocios en pesca.

La visita no solo es absolutamente sospechosa, sino desesperanzadora porque, por el momento, solo permite sacar dos conclusiones nefastas: Ollanta Humala es un caído del palto que ni siquiera va a poder controlar lo que hace su entorno más cercano o con este gobierno no se acabarán los faenones ni los grandes negociados. Eso sí, parece que tendrán un sesgo más familiar. Pésimo comienzo. Pésimos augurios.
 
Fuente: Peru21

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